Lamento fúnebre

El "planto" o canto fúnebre tiene presencia en nuestra literatura desde sus orígenes.

"Este modo de llorar los muertos se usaba en toda España, porque iban las mujeres detrás del cuerpo del marido, descabelladas, y las hijas tras el de sus padres, mesándose y dando tantas voces, que en la iglesia no dejaban hacer el oficio a los clérigos; y así se les mandó que no fuesen. Pero hasta que sacan el cuerpo a la calle están en casa lamentando y se asoman a las ventanas a dar gritos cuando le llevan, ya que no se les concede ir tras él, y dicen mil impertinencias" (Covarrubias)

Planto por la muerte de Trotaconventos del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita.


(Edad Media, siglo XIV)

¡Ay muerte! ¡Muerta seas, bien muerta y malandante!
¡Matásteme a mi vieja! ¡Matárasme a mí antes!
Enemiga del mundo, no tienes semejante:
de tu memoria amarga nadie hay que no se espante.

Al que hieres tú, Muerte, nadie lo salvará,
humilde, bueno, malo, noble, no escapará;
a todos te los llevas, diferencia no habrá,
tanto el Rey como el Papa ni chica nuez valdrá;



No respetas parientes, señorío, amistad;
con todo el mundo tienes continua enemistad,
no existe en ti el amor, clemencia, ni piedad,
sino dolor, tristeza, mucha pena y crueldad.

(...)

¡Ay, mi Trotaconventos! ¡Leal amiga experta!
En vida te seguían, mas te abandonan muerta.
¿Dónde te me han llevado? Yo no sé cosa cierta;
no vuelve con noticias quien traspone esa puerta.


Endechas a Guillén Peraza


(Edad Media, Anónimo, siglo XV)
(Lírica de tipo tradicional)
Llorad las damas, sí Dios os vala,
Guillén Peraza quedó en La Palma,
la flor marchita de la su cara.

No eres palma, eres retama,
eres ciprés de triste rama,
eres desdicha, desdicha mala.

Tus campos rompan tristes volcanes
no vean placeres, sino pesares,
cubran tus flores los arenales.

Guillén Peraza, Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo, dó está tu lanza?
Todo lo acaba la malandanza.

Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique

(Siglo XV, poesía culta, Edad Media)





XXIII

Tantos duques excelentes
   Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, Muerte, ¿do los escondes
y traspones?
   Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las aterras
y deshaces.



XXIV

Las huestes innumerables
   Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,
los muros y baluartes
y barreras,
   la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
con tu flecha.
       
XXXV

No se os haga tan amarga
   «No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama gloriosa
acá dejáis,
   (aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal

ni verdadera);
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.


Planto de Pleberio de La Celestina de Fernando de Rojas
(Finales del XV. Transición entre la Edad Media y el Renacimiento)

Acto XXI

¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿A dónde hallará abrigo mi desconsolada vejez? 
¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dejárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia y robusta edad que no en la flaca postrimería. ¡Oh vida de congojas llena, de miserias acompañada! ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, muchos en tus cualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas te compararon. Yo por triste experiencia lo contaré como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta ahora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira, por que no me secases sin tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Pues ahora, sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que, sin temor de los crueles salteadores, va cantando en alta voz. Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden. Ahora, visto el pro y la contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. 

Fragmento del Lazarillo de Tormes
(Siglo XVI, novela picaresca)

No es propiamente un lamento sino la descripción de un entierro con el que tropieza Lázaro, 
pero nos sirve para ilustrar la existencia, desde antiguo, de estos cantos fúnebres.

"Arriméme a la pared, por darles lugar, y desque el cuerpo pasó, venía luego a par del lecho
una que debía de ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mujeres; 
la cual iba llorando a grandes voces y diciendo: -Marido y señor mío, ¿a dónde os me llevan?
¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la casa donde nunca comen ni
beben"







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