Etapas literarias

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LA LITERATURA MEDIEVAL HASTA EL SIGLO XIV

LOS GÉNEROS LITERARIOS MEDIEVALES

I. LA LÍRICA POPULAR
  • Jarchas (primeros testimonios del siglo XI)
  • Villancicos (s. XV)
  • Cantigas (del XII al XIV)
II. LA NARRATIVA
  • EN VERSO
    • Popular: Cantares de gesta (Poema de Mio Cid, s. XII) y romances (s. XIV)
    • Culta: Mester de clerecía
      • Gonzalo de Berceo: Milagros de Nuestra Señora (s. XIII)
      • Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: Libro de buen amor (s. XIV)
  • EN PROSA
    • Don Juan Manuel: Cuentos del Conde Lucanor (s. XIV)
III. LA PROSA DE IDEAS

Alfonso X "El Sabio": Crónica general (s. XIII)

IV. EL TEATRO

Auto de los Reyes Magos




JARCHAS

Los primeros textos literarios romances conservados son las jarchas, un poema épico (Cantar del Cid) y un fragmento teatral (Representación de los Reyes Magos). Había, por supuesto, lírica cantada en Castilla, pero no se ha conservado.

Las jarchas no están compuestas en castellano sino en mozárabe, esto es, en la lengua románica que resultó de la evolución del latín hablado por los cristianos que vivieron en la zona ocupada por los árabes (fue desapareciendo a medida que los reconquistadores iban imponiendo las lenguas surgidas en el norte: leonés, castellano, aragonés, catalán, etc.). Las jarchas son unas cancioncillas breves que algunos poetas árabes y hebreos, oyéndolas cantar a los cristianos, engastaban en las poesías (moaxajas) que escribían sus propias lenguas, dejándolas en mozárabe. Se conservan más de cincuenta, y algunas de ellas pertencen al siglo XI (otras son posteriores).

He aquí, como ejemplo, el finl de una larga moaxaja, escrita en árabe -que ofrecemos en la traducción de E. García Gómez- rematada por la jarcha en su mozárabe originario:

...................................
Bienhaya la que, apurada
por la ausencia de su amigo
cuyo amor le quita el sueño
cual cruelísimo enemigo,
así a su madre le canta
dando a sus penas alivio:
Ya, mamma, me-w l-habibe
bais'e no más tornarade.
Gar ké faréyo, ya mamma:
¿No un bezyello lesarade?


::Vayse meu corachón de mib: 
::ya Rab, ¿si me tornarád? 
::¡Tan mal meu doler li-l-habib!
::Enfermo yed, ¿cuánd sanarád?

''(traducción)''
::''Mi corazón se me va de mí.''
::''Oh Dios, ¿acaso se me tornará?''
::''¡Tan fuerte mi dolor por el amado!''
::''Enfermo está, ¿cuándo sanará?


Jarcha mozárabe




Aurora Moreno, cantante granadina que ha versionado jarchas mozárabes del siglo XI, a las que ha puesto música inspirándose "en los ecos de Andalucía relacionados con la música mediterránea y con el flamenco"




Mary Fahl, cantante norteamericana que se atreve con la jarcha Ben Aindi Habibi



(Transcripción y traducción)
ben 'indî habîbî
si te bais mesture
trahirá samâga
imsi ad unione
¡Ven a mi lado, amigo!
Si te vas, el engañador
traerá algo malo.
¡Ven a la unión!

CANCIONES CASTELLANAS

     Aunque no se conservan canciones populares castellanas anteriores al siglo XV, sin duda debieron existir oralmente en las mismas fechas que las jarchas y las canciones de amigo, pues los temas de las que conocemos por los cancioneros son similares: el amor, la ausencia, las fiestas de primavera, etc. Poco debían de variar aquellas antiguas canciones de estas que han llegado hasta nuestros días:

Si la noche hace oscura
y tan corto es el camino,
¿cómo no venís, amigo?
La media noche es pasada
y el que me pena no viene:
mi desdicha lo detiene,
¡que nací tan desdichada!
Háceme vivir penada
y muéstraseme enemigo.
¿Cómo no venís, amigo?

 La enamorada, como en la lírica mozárabe y la galaico-portuguesa, pena de amor ante la ausencia del amado y se pregunta por la razón de su tardanza.

Al coger amapolas,
madre, me perdí:
¡caras amapolas
fueron para mí!

Y en el siguiente enlace, "La Argentinita" cantando "Tres morillas me enamoran en Jaén" acompañada al piano por Federico García Lorca



POEMA DE MIO CID

Fragmento del Cantar de la afrenta de Corpes

Por el robledal de Corpes entran los de Carrión.
Nubes y ramas se juntan. ¡Cuán altos los montes son!
Rondaban bestias muy fieras por el monte, alrededor.
Una clara fuente hallaron, y un vergel que allí creció;          [vergel: jardín]
mandaron alzar la tienda Infantes de Carrión.
Con el bagaje que llevan, duermen en esta ocasión.           [bagaje: acompañamiento]
En brazos de sus mujeres les demostraron su amor.
¡Qué mal luego lo cumplieron a la salida del sol!
Cargan luego las acémilas con los dones de valor,             [acémila: bestia de carga]
y han recogido la tienda que de noche los guardó.
Adelante a sus criados envían allí los dos.
De este modo lo mandaron los Infantes de Carrión:
que atrás ninguno quedase, fuese mujer o varón,
a no ser sus dos esposas, doña Elvira y doña Sol,
que querían recrearse con ellas a su sabor.
Todos los demás se han ido, los cuatro solos ¡por Dios!
¡Cuánto mal que imaginaron Infantes de Carrión!
-"Tenedlo así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol.
Aquí os escarneceremos en este fiero rincón,                  [escarnecer: humillar]               
y nosotros nos iremos; quedaréis aquí las dos.
Ninguna parte tendréis de las tierras de Carrión.
Estas noticias irán a ese Cid Campeador.
Ahora nos vengaremos por la afrenta del león".               [afrenta: humillación]
Allí las pieles y mantos quitáronles a las dos;
solo camisas de seda sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión;
en sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son.    [cincha: faja para la montura]
Cuando esto vieron las dueñas, les hablaba doña Sol:
-"¡Ay don Diego y don Fernando! Esto os rogamos, por Dios:
ya que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son,
(a la una dicen Colada y a la otra llaman Tizón)
nuestras cabezas cortad; dadnos martirio a las dos.
Los moros y los cristianos juntos dirán a una voz,
que por lo que merecemos, no lo recibimos, no.
Estos tan infames tratos, no nos los deis a las dos.
Si aquí somos azotadas, la vileza es para vos.                    [vileza: infamia, deshonra]
En juicio o bien en Cortes responderéis de esta acción".
Lo que pedían las dueñas, de nada allí les sirvió.
Comienzan a golpearlas Infantes de Carrión;
con las cinchas corredizas las azotan con rigor;
con las espuelas agudas les causan un gran dolor;
les rasgaron las camisas y las carnes a las dos;
allí las telas de seda limpia sangre las manchó;
bien que lo sentían ellas en su mismo corazón.
¡Qué ventura sería esta, si así lo quisiera Dios,               [ventura: felicidad]
que apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador!
Tanto allí las azotaron, que el sentido les faltó;
las telas de rica seda sangrientas tienen las dos;
cansados están de herirlas los Infantes de Carrión.
Prueban una y otra vez quién las azota mejor.
Ya no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol.
En el robledo de Corpes por muertas quedan las dos.

Se les llevaron los mantos, las pieles de armiño ricas,
y afligidas las dejaron, vestidas con las camisas,
a las aves de los montes y a las fieras más bravías.
Por muertas, sabed, las dejan, que a ninguna creen viva.
¡Sí que sería ventura que apareciese Ruy Díaz!




LIBRO DE BUEN AMOR

FRAGMENTO 1. PRÓLOGO EN PROSA.

«“Te daré entendimiento y te instruiré en este camino, por el que has de andar: sobre ti fijaré mis ojos”, nos dice el profeta David, en nombre del Espíritu Santo. […]

Por lo que yo, en mi poca sabiduría y mucha y gran ignorancia, comprendiendo cuántos bienes hace perder el loco amor del mundo al alma y al cuerpo, y los muchos males a que los inclina y conduce, escogiendo y queriendo con buena voluntad la salvación y gloria del Paraíso para mi alma, hice este pequeño escrito en muestra de bien, y compuse este nuevo libro en el que hay escritas algunas mañas, maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, del que se sirven algunas personas para pecar. Y al leerlas y oírlas el hombre o la mujer de buen entendimiento, que se quiera salvar, elegirá y hará el bien […]. Tampoco los de corto entendimiento se perderán, pues, al leer y meditar el mal que hacen —o que tienen intención de hacer— los obstinados en sus malas artes, y viendo descubiertas públicamente las muchas y engañosas artimañas que usan para pecar y engañar a las mujeres, avisarán la memoria y no despreciarán su propia fama […] y rechazarán y aborrecerán las malas artes del loco amor, que hace perderse a las almas y caer en la ira de Dios […].

No obstante, como es cosa humana el pecar, si algunos quisieran —no se lo aconsejo— servirse del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello. Y así este mi libro bien puede decir a cada hombre o mujer, al cuerdo y al no cuerdo, tanto al que entienda el bien, elija la salvación y obre el bien amando a Dios, como al que prefiera el loco amor en el camino que recorra: te daré entendimiento […]»

FRAGMENTO 2. SÁTIRA CONTRA EL PODER DEL DINERO

Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;
al torpe hace discreto, hombre de respetar,
hace correr al cojo, al mudo le hace hablar;
el que no tiene manos bien lo quiere tomar.


Aun el hombre necio y rudo labrador
dineros le convierten en hidalgo doctor;
cuanto más rico es uno, más grande es su valor,
quien no tiene dineros no es de sí señor.


Si tuvieres dinero tendrás consolación,
placeres y alegrías y del Papa ración,
ganarás Paraíso, ganarás salvación:
donde hay mucho dinero hay mucha bendición.


Yo vi en corte de Roma, do está la Santidad,
que todos al dinero tratan con humildad,
con grandes reverencias, con gran solemnidad;
todos a él se humillan como a la Majestad.


Creaba los priores, los obispos, abades,
arzobispos, doctores, patriarcas, potestades;
a los clérigos necios dábales dignidades,
de verdad hace mentiras; de mentiras, verdades.


Hacía muchos clérigos y muchos ordenados,
muchos monjes y monjas, religiosos sagrados,
el dinero les daba por bien examinados:
a los pobres decían que no eran ilustrados.

Y aquí, en la versión de Paco Ibáñez




CUENTOS DEL CONDE LUCANOR

Cuento XXXII
Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño

Otra vez le dijo el Conde Lucanor a su consejero Patronio:
-Patronio, un hombre me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio, me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que llegaron a palacio.
Y el conde le preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo.
»Esto le pareció muy bien al rey, pues por aquel medio sabría quiénes eran hijos verdaderos de sus padres y quiénes no, para, de esta manera, quedarse él con sus bienes, porque los moros no heredan a sus padres si no son verdaderamente sus hijos. Con esta intención, les mandó dar una sala grande para que hiciesen aquella tela.
»Los pícaros pidieron al rey que les mandase encerrar en aquel salón hasta que terminaran su labor y, de esta manera, se vería que no había engaño en cuanto proponían. Esto también agradó mucho al rey, que les dio oro, y plata, y seda, y cuanto fue necesario para tejer la tela. Y después quedaron encerrados en aquel salón.
»Ellos montaron sus telares y simulaban estar muchas horas tejiendo. Pasados varios días, fue uno de ellos a decir al rey que ya habían empezado la tela y que era muy hermosa; también le explicó con qué figuras y labores la estaban haciendo, y le pidió que fuese a verla él solo, sin compañía de ningún consejero. Al rey le agradó mucho todo esto.
»El rey, para hacer la prueba antes en otra persona, envió a un criado suyo, sin pedirle que le dijera la verdad. Cuando el servidor vio a los tejedores y les oyó comentar entre ellos las virtudes de la tela, no se atrevió a decir que no la veía. Y así, cuando volvió a palacio, dijo al rey que la había visto. El rey mandó después a otro servidor, que afamó también haber visto la tela.
»Cuando todos los enviados del rey le aseguraron haber visto el paño, el rey fue a verlo. Entró en la sala y vio a los falsos tejedores hacer como si trabajasen, mientras le decían: «Mirad esta labor. ¿Os place esta historia? Mirad el dibujo y apreciad la variedad de los colores». Y aunque los tres se mostraban de acuerdo en lo que decían, la verdad es que no habían tejido tela alguna. Cuando el rey los vio tejer y decir cómo era la tela, que otros ya habían visto, se tuvo por muerto, pues pensó que él no la veía porque no era hijo del rey, su padre, y por eso no podía ver el paño, y temió que, si lo decía, perdería el reino. Obligado por ese temor, alabó mucho la tela y aprendió muy bien todos los detalles que los tejedores le habían mostrado. Cuando volvió a palacio, comentó a sus cortesanos las excelencias y primores de aquella tela y les explicó los dibujos e historias que había en ella, pero les ocultó todas sus sospechas.
»A los pocos días, y para que viera la tela, el rey envió a su gobernador, al que le había contado las excelencias y maravillas que tenía el paño. Llegó el gobernador y vio a los pícaros tejer y explicar las figuras y labores que tenía la tela, pero, como él no las veía, y recordaba que el rey las había visto, juzgó no ser hijo de quien creía su padre y pensó que, si alguien lo supiese, perdería honra y cargos. Con este temor, alabó mucho la tela, tanto o más que el propio rey.
»Cuando el gobernador le dijo al rey que había visto la tela y le alabó todos sus detalles y excelencias, el monarca se sintió muy desdichado, pues ya no le cabía duda de que no era hijo del rey a quien había sucedido en el trono. Por este motivo, comenzó a alabar la calidad y belleza de la tela y la destreza de aquellos que la habían tejido.
»Al día siguiente envió el rey a su valido, y le ocurrió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta manera, y por temor a la deshonra, fueron engañados el rey y todos sus vasallos, pues ninguno osaba decir que no veía la tela.
»Así siguió este asunto hasta que llegaron las fiestas mayores y pidieron al rey que vistiese aquellos paños para la ocasión. Los tres pícaros trajeron la tela envuelta en una sábana de lino, hicieron como si la desenvolviesen y, después, preguntaron al rey qué clase de vestidura deseaba. El rey les indicó el traje que quería. Ellos le tomaron medidas y, después, hicieron como si cortasen la tela y la estuvieran cosiendo.
»Cuando llegó el día de la fiesta, los tejedores le trajeron al rey la tela cortada y cosida, haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela.
»Y vestido de esta forma, es decir, totalmente desnudo, montó a caballo para recorrer la ciudad; por suerte, era verano y el rey no padeció el frío.
»Todas las gentes lo vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser hijo de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que perder, se acercó al rey y le dijo: «Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego, o vais desnudo».
»El rey comenzó a insultarlo, diciendo que, como él no era hijo de su padre, no podía ver la tela.
»Al decir esto el negro, otro que lo oyó dijo lo mismo, y así lo fueron diciendo hasta que el rey y todos los demás perdieron el miedo a reconocer que era la verdad; y así comprendieron el engaño que los pícaros les habían hecho. Y cuando fueron a buscarlos, no los encontraron, pues se habían ido con lo que habían estafado al rey gracias a este engaño.
»Así, vos, señor Conde Lucanor, como aquel hombre os pide que ninguna persona de vuestra confianza sepa lo que os propone, estad seguro de que piensa engañaros, pues debéis comprender que no tiene motivos para buscar vuestro provecho, ya que apenas os conoce, mientras que, quienes han vivido con vos, siempre procurarán serviros y favoreceros.
El conde pensó que era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro y compuso estos versos que dicen así:


A quien te aconseja encubrir de tus amigos
más le gusta engañarte que los higos.

LA LITERATURA DEL SIGLO XV

I. LÍRICA

  • Poesía cancioneril (tema central: el amor cortés)
  • Aparación de los primeros cancioneros (antologías): Cancionero de Baena, Cancionero general...
  • Autores principales: Marqués de Santillana, Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre)
II. PROSA

  • Narrativa de ficción:
    • Novela de caballerías: Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo.
    • Novela sentimental: Cárcel de amor, de Diego de San Pedro
  • Prosa satírica y didáctica: Corbacho, del arcipreste de Talavera (misoginia)
III. TEATRO

  • Teatro breve: momos (mascaradas cuyos protagonistas aparecían disfrazados y recitaban o cantaban un texto breve de tono festivo), piezas de asunto religioso y églogas profanas (Juan del Encina)
  • La Celestina de Fernando de Rojas. 

TRAGICOMEDIA DE CALISTO Y MELIBEA (LA CELESTINA)

Audiovisual de TVE que resume el argumento de la obra de forma bastante curiosa:



  • La cuestión del género (teatro para ser leído, novela dialogada...)
  • Punto de partida de la ficción realista que continuará El Lazarillo. Su gran éxito provocó numerosas imitaciones del género que narraban historias de amores llevadas a cabo con ayudas de sirvientes y de una alcahueta, aunque sin la profundidad moral o social de la obra de Rojas.
  • Obra clave de transición entre el mundo medieval y el renacentista.
  • Temas: (Ya sabéis que podéis investigar sobre alguno de estos temas para vuestro trabajo)
    • El amor: es el principio que mueve toda la obra y gravita sobre todos los personajes. La obra ofrece una amplia gama de matices que van desde la parodia del amor cortés y la enfermedad amorosa hasta el amor carnal. La "philocaptio", según los teólogos de la época provoca un amor que enloquece y se sitúa fuera de cualquier orden. No tiene más salida que la muerte.
    • Crisis de valores sociales y morales (declive de la sociedad feudal, aparición de la burguesía y triunfo de lo material)
    • El retrato del mundo social de los criados y de Celestina.
    • La Fortuna: tanto en su acepción pagana, arbitraria y hostil, como sujeta a los bienes terrenales y a la providencia divina en su visión medieval, la Fortuna se cierne sobre los personajes de la obra. Todos se someten a ella como dice Pleberio en el acto final.
    • La superstición, la magia: La magia funciona en la obra en el desarrollo del asunto, insistiendo en la aceptación medieval de estos rituales. Parece intencionado el deseo de Rojas de dejar abierta la interpretación del origen del enamoramiento de Melibea: se deja al lector que decida si el amor de Melibea es resultado de la "philocaptio" (enfermedad amorosa inoculada, según los teólogos más notables del tiempo de Rojas, por brujos y hechiceros) o por el contrario que la joven se mostraba interesada en Calisto desde el primer momento y que su rechazo inicial fuera propio del juego amoroso.
    • Los personajes femeninos: la determinación de Melibea, la libertad con la que viven su vida Elicia, Areúsa o Celestina, su deseo de independencia a través de su trabajo...
    • La intención de la obra: ¿el caos como orden? La obra ofrece una lectura abierta y ambigua. Rojas, en el prólogo, insiste en la participación del lector, según la experiencia aportada por la edad, para descubrir el sentido e interpretación de la obra. El principio que rige la lectura es la cita de Heráclito expresando que todo es contienda: el paso de una sociedad estamental a una sociedad renacentista con una moderada movilidad social, el paso de una economía agraria y feudal a una economía urbana fundamentada en el dinero como "pago de servicios" y el paso de un sistema que rinde devoción a dios a un modelo que le permite al hombre la búsqueda del placer exento del dolor.
  • Fragmentos:

Acto I. Primer encuentro entre Calisto y Melibea

CALISTO.-  En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.


MELIBEA.-  ¿En qué, Calisto?


CALISTO.-  En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo, mixto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.


MELIBEA.-  ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?


CALISTO.-  Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.


MELIBEA.-  Pues aun más igual galardón te daré yo si perseveras.


CALISTO.-  ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!


MELIBEA.-  Más desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento y el intento de tus palabras ha sido. ¿Cómo de ingenio de tal hombre como tú haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete, vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo en ilícito amor comunicar su deleite.


CALISTO.-  Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

Acto II. Pármeno ha intentado convencer a su señor de que no se fíe de Celestina, pero ha sido en vano. Aquí, en este monólogo final del acto II, vemos cómo se produce el cambio de actitud del criado.

PÁRMENO.-  ¡Mas nunca sea! ¡Allá irás con el diablo! A estos locos decidles lo que les cumple, no os podrán ver. ¡Por mi ánima, que si ahora le diese una lanzada en el calcañar, que saliesen más sesos que de la cabeza! Pues anda, que a mi cargo ¡que Celestina y Sempronio te espulguen! ¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo me pierdo por bueno: ¡El mundo es tal! Quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos, a los fieles necios. Si creyera a Celestina con sus seis docenas de años a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me pondrá escarmiento de aquí adelante con él. Que si dijere «comamos», yo también; si quisiere derrocar la casa, aprobarlo; si quemar su hacienda,  ir por fuego. ¡Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá, pues dicen «a río vuelto ganancia de pescadores»! ¡Nunca más perro a molino!
Calcañar: Parte posterior de la planta del pie
Acto III. Vemos aquí el tema del paso del tiempo y la actitud de Sempronio ante el amor de Calisto: una buena ocasión para sacar provecho.
SEMPRONIO.-  ¿Qué dices de sirvientes? ¿Parece por tu razón que nos puede venir a nosotros daño de este negocio y quemarnos con las centellas que resultan de este fuego de Calisto? ¡Aun al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto que vea en este negocio, no como más su pan. Más vale perder lo servido que la vida por cobrarlo. El tiempo me dirá qué haga, que, primero que caiga del todo, dará señal como casa que se acuesta. Si te parece, madre, guardemos nuestras personas de peligro. Hágase lo que se hiciere; si la hubiere, hogaño; si no, a otro;    si no, nunca, que no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios que el tiempo no la ablande y haga comportable. Ninguna llaga tanto se sintió que por luengo tiempo no aflojase su tormento, ni placer tan alegre fue que no le amengüe su antigüedad. El mal y el bien, la prosperidad y adversidad, la gloria y pena, todo pierde con el tiempo la fuerza de su acelerado principio. Pues los casos de admiración y venidos con gran deseo, tan presto como pasados, olvidados. Cada día vemos novedades y las oímos, y las pasamos y dejamos atrás. Disminúyelas el tiempo, hácelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillarías si dijesen «la tierra tembló» u otra semejante cosa que no olvidases luego, así como «helado está el río», «el ciego ve ya», «muerto es tu padre», «un rayo cayó», «ganada es Granada», «el Rey entra hoy», «el Turco es vencido», «eclipse hay mañana», «la puente es llevada», «aquél es ya obispo», «a Pedro robaron», «Inés se ahorcó»...? ¿Qué me dirás, sino que, a tres días pasados o a la segunda vista, no hay quien de ello se maraville? Todo es así, todo pasa de esta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues así será este amor de mi amo; cuanto más fuere andando, tanto más disminuyendo, que la costumbre luenga amansa los dolores, afloja y deshace los deleites, desmengua las maravillas. Procuremos provecho mientras pendiente la contienda. Y si a pie enjuto le pudiéremos remediar lo mejor, mejor es. Y si no, poco a poco le soldaremos el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no, más vale que pene el amo que no que peligre el mozo.
Acto III: Celestina habla de la madre de Pármeno y explica a Sempronio cómo le hará de los suyos. Mención a la muerte. Poder del dinero.
CELESTINA.-  Aquí está Celestina, que le vio nacer y le ayudó a criar. Su madre y yo, uña y carne; de ella aprendí todo lo mejor que sé de mi oficio. Juntas comíamos, juntas dormíamos, juntas habíamos nuestros solaces, nuestros placeres, nuestros consejos y conciertos. En casa y fuera, como dos hermanas; nunca blanca gané en que no tuviese su mitad. Pero no vivía yo engañada, si mi fortuna quisiera que ella me durara. ¡Oh muerte, muerte! ¡A cuántos privas de agradable compañía! ¡A cuántos desconsuela tu enojosa visitación! Por uno que comes con tiempo, cortas mil en agraz. Que siendo ella viva, no fueran estos mis pasos desacompañados. ¡Buen siglo haya, que leal amiga y buena compañera me fue! Que jamás me dejó hacer cosa en mi cabo estando ella presente. Si yo traía el pan, ella la carne. Si yo ponía la mesa, ella los manteles. No loca, no fantástica ni presuntuosa, como las de ahora. En mi ánima, descubierta se iba hasta el cabo de la ciudad con su jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de «señora Claudina». Y a osadas que otra conocía peor el vino y cualquier mercaduría. Cuando pensaba que no era llegada, era de vuelta. Allá la convidaban, según el amor todos le tenían, que jamás volvía sin ocho o diez gustaduras, un azumbre en el jarro y otro en el cuerpo. Así le fiaban dos o tres arrobas en veces, como sobre una taza de plata. Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones había. Si íbamos por la calle, dondequiera que hubiésemos sed, entrábamos en la primera taberna; luego mandaba echar medio azumbre para mojar la boca, mas a mi cargo que no le quitaron la toca por ello, sino cuanto la rayaban en su taja, y andar adelante. Si tal fuese ahora su hijo, a mi cargo que tu amo quedase sin pluma y nosotros sin queja. Pero yo lo haré de mi fierro si vivo; yo le contaré en el número de los míos.
SEMPRONIO.-  ¿Cómo has pensado hacerlo, que es un traidor?


CELESTINA.-  A ese tal, dos alevosos. Harele haber a Areúsa. Será de los nuestros. Darnos ha lugar a tender las redes sin embarazo por aquellas doblas de Calisto.
SEMPRONIO.-  Pues, ¿crees que podrás alcanzar algo de Melibea? ¿Hay algún buen ramo?


CELESTINA.-  No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida. Lo que yo al presente veo te diré. Melibea es hermosa, Calisto loco y franco. Ni a él penará gastar ni a mí andar. ¡Bulla moneda y dure el pleito lo que durare! Todo lo puede el dinero: las peñas quebranta, los ríos pasa en seco. No hay lugar tan alto que un asno cargado de oro no lo suba. Su desatino y ardor basta para perder a sí y ganar a nosotros. Esto he sentido, esto he calado, esto sé de él y de ella, esto es lo que nos ha de aprovechar. A casa voy de Pleberio. Quédate. Adiós. Que, aunque esté brava Melibea, no es ésta, si a Dios ha placido, la primera a quien yo he hecho perder el cacarear. Cosquillosicas son todas;  mas, después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar. Por ellas queda el campo. Muertas, sí; cansadas, no. Si de noche caminan, nunca querrían que amaneciese. Maldicen los gallos porque anuncian el día y el reloj porque da tan aprisa. Requieren las Cabrillas y el Norte, haciéndose estrelleras. Ya, cuando ven salir el lucero del alba, quiéreseles salir el alma: su claridad les oscurece el corazón. Camino es, hijo, que nunca me harté de andar. Nunca me vi cansada. Y aun así, vieja como soy, sabe Dios mi buen deseo; cuánto más éstas que hierven sin fuego. Cautívanse del primer abrazo, ruegan a quien rogó, penan por el penado, hácense siervas de quien eran señoras, dejan el mando y son mandadas, rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades, a los chirriadores quicios de las puertas hacen con aceites usar su oficio sin ruido. No te sabré decir lo mucho que obra en ellas aquel dulzor que les queda de los primeros besos de quien aman. Son enemigas del medio; contino están posadas en los extremos.
En agraz: en edad temprana; En mi cabo: sola, sin ayuda; Y a osadas: ciertamente; Gustaduras: degustaciones; Azumbre: medida de líquido; En veces: en varias ocasiones; A mi cargo: bajo mi palabra; No le quitaron la toca: no tuvo que dejar la toca (adorno para la cabeza) en prenda; Taja: madera donde se apuntaba lo que debía el cliente.

Acto IV: Monólogo de Celestina mientras camina hacia casa de Melibea. Caracterización del personaje. Buen ejemplo del tipo de lenguaje que le es característico: sencillo, ágil (frases cortas), con presencia de refranes... Nótese también el ritmo que proporciona a la prosa el uso de los paralelismos. Aparición del tema de la superstición.


CELESTINA.- Ahora que voy sola, quiero mirar bien lo que Sempronio ha temido de este mi camino. Porque aquellas cosas que bien no son pensadas, aunque algunas veces hayan buen fin, comúnmente crían desvariados efectos. Así que la mucha especulación nunca carece de buen fruto. Que, aunque yo he disimulado con él, podría ser que, si me sintiesen en estos pasos de parte de Melibea, que no pagase con pena que menor fuese que la vida; o muy amenguada quedase, cuando matar no me quisiesen, manteándome o azotándome cruelmente. Pues amargas cien monedas serían éstas. ¡Ay cuitada de mí! ¡En qué lazo me he metido! Que por me mostrar solícita y esforzada pongo mi persona al tablero. ¿Qué haré, cuitada, mezquina de mí, que ni el salir afuera es provechoso ni la perseverancia carece de peligro? ¿Pues iré o tornarme he? ¡Oh dudosa y dura perplejidad! No sé cual escoja por más sano. En el osar, manifiesto peligro; en la cobardía, denostada pérdida. ¿A dónde irá el buey que no are? Cada camino descubre sus dañosos y hondos barrancos. Si con el hurto soy tomada, nunca de muerta o encorozada falto, a bien librar. Si no voy, ¿qué dirá Sempronio?, ¿que todas éstas eran mis fuerzas, saber y esfuerzo, ardid y ofrecimiento, astucia y solicitud? Y su amo Calisto ¿qué dirá?, ¿qué hará?, ¿qué pensará, sino que hay nuevo engaño en mis pisadas y que yo he descubierto la celada por haber más provecho de esta otra parte, como sofística prevaricadora? O si no se le ofrece pensamiento tan odioso, dará voces como loco. Dirame en mi cara denuestos rabiosos. Propondrá mil inconvenientes, que mi deliberación presta le puso, diciendo: Tú, puta vieja, ¿por qué acrecentaste mis pasiones con tus promesas? Alcahueta falsa, para todo el mundo tienes pies, para mí lengua; para todos obra, para mí palabra; para todos remedio, para mí pena; para todos esfuerzo, para mí te faltó; para todos luz, para mí tiniebla. Pues, vieja traidora, ¿por qué te me ofreciste? Que tu ofrecimiento me puso esperanza; la esperanza dilató mi muerte, sostuvo mi vivir, púsome título de hombre alegre. Pues no habiendo efecto, ni tu carecerás de pena ni yo de triste desesperación. Pues ¡triste yo! ¡Mal acá, mal acullá: pena en ambas partes! Cuando a los extremos falta el medio, arrimarse el hombre al más sano es discreción. Más quiero ofender a Pleberio que enojar a Calisto. Ir quiero. Que mayor es la vergüenza de quedar por cobarde que la pena cumpliendo como osada lo que prometí, pues jamás al esfuerzo desayudó la fortuna. Ya veo su puerta. En mayores afrentas me he visto. ¡Esfuerza, esfuerza, Celestina! ¡No desmayes! Que nunca faltan rogadores para mitigar las penas. Todos los agüeros se aderezan favorables o yo no sé nada de esta arte. Cuatro hombres que he topado, a los tres llaman Juanes y los dos son cornudos. La primera palabra que oí por la calle fue de achaque de amores. Nunca he tropezado como otras veces. Las piedras parece que se apartan y me hacen lugar que pase. Ni me estorban las haldas ni siento cansancio en andar. Todos me saludan. Ni perro me ha ladrado ni ave negra he visto, tordo ni cuervo ni otras nocturnas. Y lo mejor de todo es que veo a Lucrecia a la puerta de Melibea. Prima es de Elicia. No me será contraria. 

Acto V: El quinto acto comienza igual que el cuarto, con un nuevo monólogo de Celestina. En él podemos observar las mismas características que en el anterior. Celestina usa los refranes para apoyar sus razonamientos. Contrasta con el anterior por el cambio del estado de ánimo: del temor a la confianza.Mención a la Fortuna.


CELESTINA.- ¡Oh rigurosos trances! ¡Oh cruda osadía! ¡Oh gran sufrimiento! ¡Y qué tan cercana estuve de la muerte, si mi mucha astucia no rigiera con el tiempo las velas de la petición! ¡Oh amenazas de doncella brava! ¡Oh airada doncella! ¡Oh diablo a quien yo conjuré! ¡Cómo cumpliste tu palabra en todo lo que te pedí! En cargo te soy. Así amansaste la cruel hembra con tu poder y diste tan oportuno lugar a mi habla cuanto quise, con la ausencia de su madre. ¡Oh vieja Celestina! ¿Vas alegre? Sábete que la mitad está hecha, cuando tienen buen principio las cosas. ¡Oh serpentino aceite! ¡Oh blanco hilado! ¡Cómo os aparejasteis todos en mi favor! ¡Oh, yo rompiera todos mis atamientos hechos y por hacer ni creyera en hierbas ni piedras ni en palabras! Pues alégrate, vieja, que más sacarás de este pleito que de quince virgos que renovaras. ¡Oh malditas haldas, prolijas y largas, cómo me estorbáis de llegar adonde han de reposar mis nuevas! ¡Oh buena fortuna, cómo ayudas a los osados y a los tímidos eres contraria! Nunca huyendo huye la muerte al cobarde. ¡Oh cuántas erraran en lo que yo he acertado! ¿Qué hicieran en tan fuerte estrecho estas nuevas maestras de mi oficio sino responder algo a Melibea, por donde se perdiera cuanto yo con buen callar he ganado? Por esto dicen que quien las sabe las tañe y que es más cierto médico el experimentado que el letrado y la experiencia y escarmiento hace los hombres arteros y la vieja, como yo, que alce sus haldas al pasar del vado, como  maestra. ¡Ay cordón, cordón! Yo te haré traer por fuerza, si vivo, a la que no quiso darme su buena habla de grado.


Acto VII:Celestina cumple lo prometido a Pármeno y hace posible su encuentro con Areúsa. Intereses por los que se mueven los personajes.


AREÚSA.- ¡No suba! ¡Landre me mate!, que me fino de empacho, que no le conozco. Siempre hube vergüenza de él.
CELESTINA.- Aquí estoy yo que te la quitaré y cubriré y hablaré por entrambos: que otro tan empachado es él.
PÁRMENO.- Señora, Dios salve tu graciosa presencia.
AREÚSA.- Gentilhombre, buena sea tu venida.
CELESTINA.- Llégate acá, asno. ¿Adónde te vas allá asentar al rincón? No seas empachado, que al hombre vergonzoso el diablo le trajo a palacio. Oídme entrambos lo que digo. Ya sabes tú, Pármeno amigo, lo que te prometí, y tú, hija mía, lo que te tengo rogado. Dejada aparte la dificultad con que me lo has concedido, pocas razones son necesarias, porque el tiempo no lo padece. Él ha siempre vivido penado por ti. Pues, viendo su pena, sé que no le querrás matar y aun conozco que él te parece tal que no será malo para quedarse acá esta noche en casa.
 AREÚSA.- Por mi vida, madre, que tal no se haga; ¡Jesús!, no me lo mandes. 
 PÁRMENO.- Madre mía, por amor de Dios, que no salga yo de aquí sin buen concierto. Que me ha muerto de amores su vista. Ofrécele cuanto mi padre te dejó para mí. Dile que le daré cuanto tengo. ¡Ea!, díselo, que me parece que no me quiere mirar.
 AREÚSA.- ¿Qué te dice ese señor a la oreja? ¿Piensa que tengo de hacer nada de lo que pides? 
CELESTINA.- No dice, hija, sino que se huelga mucho con tu amistad, porque eres persona tan honrada y en quien cualquier beneficio cabrá bien. Y asimismo que, pues que esto por mi intercesión se hace, que él me promete de aquí adelante ser muy amigo de Sempronio y venir en todo lo que quisiere contra su amo en un negocio que traemos entre manos. ¿Es verdad, Pármeno? ¿Prométeslo así como digo? 
PÁRMENO.- Sí prometo, sin duda. 
CELESTINA.- ¡Ah, don ruin!, palabra te tengo, a buen tiempo te así. Llégate acá, negligente, vergonzoso, que quiero ver para cuánto eres, antes que me vaya. Retózala en esta cama. 
AREÚSA.- No será él tan descortés que entre en lo vedado sin licencia.
 CELESTINA.- ¿En cortesías y licencias estás? No espero más aquí yo, fiadora que tú amanezcas sin dolor y él sin color. Mas como es un putillo, gallillo, barbiponiente, entiendo que en tres noches no se le demude la cresta. De estos me mandaban a mí comer en mi tiempo los médicos de mi tierra, cuando tenía mejores dientes. 
AREÚSA.- ¡Ay, señor mío, no me trates de tal manera! Ten mesura por cortesía; mira las canas de aquella vieja honrada, que están presentes; quítate allá, que no soy de aquellas que piensas; no soy de las que públicamente están a vender sus cuerpos por dinero. Así goce de mí, de casa me salga, si hasta que Celestina mi tía sea ida a mi ropa tocas.   
CELESTINA.- ¿Qué es eso, Areúsa? ¿Qué son estas extrañezas y esquividad, estas novedades y retraimiento? Parece, hija, que no sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar un hombre con una mujer juntos y que jamás pasé por ello ni gocé de lo que gozas y que no sé lo que pasan y lo que dicen y hacen. ¡Ay de quien tal oye como yo! Pues avísote, de tanto que fui errada como tú y tuve amigos; pero nunca el viejo ni la vieja echaba de mi lado ni su consejo en público ni en mis secretos. Para la muerte que a Dios debo, más quisiera una gran bofetada en mitad de mi cara. Parece que ayer nací, según tu encubrimiento. Por hacerte a ti honesta, me haces a mí necia y vergonzosa y de poco secreto y sin experiencia o me amenguas en mi oficio por alzar a ti en el tuyo. Pues de cosario a cosario no se pierden sino los barriles. Más te alabo yo detrás que tú te estimas delante. 
AREÚSA.- Madre, si erré, haya perdón y llégate más acá y él haga lo que quisiere. Que más quiero tener a ti contenta, que no a mí; antes me quebraré un ojo que enojarte.
 CELESTINA.- No tengo ya enojo; pero dígotelo para adelante. Quedaos adiós, que voyme solo porque me hacéis dentera con vuestro besar y retozar. Que aun el sabor en las encías me quedó: no le perdí con las muelas. 
AREÚSA.- Dios vaya contigo. 
PÁRMENO.- Madre, ¿mandas que te acompañe? 
CELESTINA.- Sería quitar a un santo para poner en otro. Acompáñeos Dios; que yo vieja soy, que no he temor que me fuercen en la calle. 

Acto IX: Todos reunidos en casa de Celestina (los criados y sus amantes). Elicia y Areúsa critican el artificio de la belleza de Melibea. Clases sociales: Areúsa defiende la condición igualitaria de los hombres: valor no por linaje, sino por lo que cada uno hace. Esta defensa del individualismo está en claro contraste con el sistema jerárquico medieval.


SEMPRONIO.- Tía señora, ¡a todos nos sabe bien comiendo y hablando! Porque después no habrá tiempo para entender en los amores de este perdido de nuestro amo y de aquella graciosa y gentil Melibea.

ELICIA.- ¡Apártateme allá, desabrido, enojoso! ¡Mal provecho te haga lo que comes!, tal comida me has dado. Por mi alma, revesar quiero cuanto tengo en el cuerpo de asco de oírte llamar aquella gentil. ¡Mirad quién gentil! ¡Jesús, Jesús!, ¡y qué hastío y enojo es ver tu poca vergüenza! ¿A quién, gentil? ¡Mal me haga Dios, si ella lo es ni tiene parte de ello, sino que hay   ojos que de legañas se agradan! Santiguarme quiero de tu necedad y poco conocimiento. ¡Oh quién estuviese de gana para disputar contigo su hermosura y gentileza! ¿Gentil es Melibea? Entonces lo es, entonces acertarán cuando andan a pares los diez mandamientos. Aquella hermosura por una moneda se compra de la tienda. Por cierto, que conozco yo en la calle donde ella vive cuatro doncellas en quien Dios más repartió su gracia que no en Melibea. Que si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos que trae. Ponedlos a un palo, también diréis que es gentil. Por mi vida, que no lo digo por alabarme; mas creo que soy tan hermosa como vuestra Melibea. 
AREÚSA.- Pues no la has tú visto como yo, hermana mía. Dios me lo demande, si en ayunas la topases, si aquel día pudieses comer de asco. Todo el año se está encerrada con mudas de mil suciedades. Por una vez que haya de salir donde pueda ser vista, enviste su cara con hiel y miel, con unas tostadas y higos pasados y con otras cosas que por reverencia de la mesa dejo de decir. Las riquezas las hacen a estas hermosas y ser alabadas, que no las gracias de su cuerpo. Que así goce de mí, unas tetas tiene, para ser doncella, como si tres veces hubiese parido: no parecen sino dos grandes calabazas. El vientre no se le he visto; pero, juzgando por lo otro, creo que le tiene tan flojo como vieja de cincuenta años. No sé qué ha visto Calisto, porque deja de amar otras que más ligeramente podría haber y con quien más él holgase, sino que el gusto dañado muchas veces juzga por dulce lo amargo.
SEMPRONIO.- Hermana, paréceme aquí que cada buhonero alaba sus agujas, que el contrario de eso se suena por la ciudad.
AREÚSA.- Ninguna cosa es más lejos de verdad que la vulgar opinión. Nunca alegre vivirás, si por voluntad de muchos te riges. Porque estas son conclusiones verdaderas, que cualquier cosa que el vulgo piensa es vanidad; lo que habla, falsedad; lo que reprueba es bondad; lo que aprueba, maldad. Y pues este es su más cierto uso y costumbre, no juzgues la bondad y hermosura de Melibea por eso ser la que afirmas.
 SEMPRONIO.- Señora, el vulgo parlero no perdona las tachas de sus señores y así yo creo que, si alguna tuviese Melibea, ya sería descubierta de los que con ella más que con nosotros tratan. Y aunque lo que dices concediese, Calisto es caballero, Melibea hijadalgo: así que los nacidos por linaje escogido búscanse unos a otros. Por ende no es de maravillar que ame antes a ésta que a otra.
 AREÚSA.- Ruin sea quien por ruin se tiene. Las obras hacen linaje, que al fin todos somos hijos de Adán y Eva. Procure de ser cada uno bueno por sí y no vaya buscar en la nobleza de sus pasados la virtud.
CELESTINA.- Hijos, por mi vida que cesen esas razones de enojo. Y tú, Elicia, que te tornes a la mesa y dejes esos enojos.
ELICIA.- Con tal que mala pro me hiciese, con tal que reventase en comiéndolo. ¿Había yo de comer con ese malvado que en mi cara me ha porfiado que es más gentil su andrajo de Melibea que yo?
SEMPRONIO.- Calla, mi vida, que tú la comparaste. Toda comparación es odiosa: tú tienes la culpa y no yo.
AREÚSA.- Ven, hermana, a comer. No hagas ahora ese placer a estos locos porfiados; si no, levantarme he yo de la mesa.
Cuando andan a pares los diez mandamientos: cuando esas cosas abunden, es decir, nunca.


En este mismo acto, Areúsa hace una agria crítica social a propósito de la vida que llevan las criada y el trato que reciben de sus señoras. El desencadenante es la llegada de Lucrecia, criada de Melibea.

CELESTINA.- Mira, hija, quién es: por ventura será quien lo acreciente y allegue.
 ELICIA.- O la voz me engaña o es mi prima Lucrecia.
AREÚSA.- Así goce de mí, que es verdad; que estas que sirven a señoras, ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: ¿qué cenaste?, ¿estás preñada?, ¿cuántas gallinas crías?, llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿cuánto ha que no te veo?, ¿cómo te va con él?, ¿quién son tus vecinas?, y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es señora continuo en la boca! Por esto me vivo sobre mí desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otro; sino mía. Mayormente de estas señoras, que ahora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota de las que ellas desechan pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, continuo sojuzgadas, que hablar delante de ellas no osan. Y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un caramillo que se echan con el mozo o con el hijo o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeza, diciendo: allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa y honra. Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Estos son sus premios, estos son sus beneficios y pagos. Oblíganseles a dar marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas; sino puta acá, puta acullá. ¿A donde vas, tiñosa? ¿Qué hiciste, bellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, sucia? ¿Cómo dijiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián lo habrás dado. Ven acá, mala mujer, la gallina habada no parece: pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré. Y tras esto mil chapinazos y pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria es reñir. De lo mejor hecho menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada y cautiva. 
caramillo: falsedad; baldón: ofensa; gallina habada: pintada, con varias plumas de colores; chapinazos: golpes dados con el chapín o zapato; exenta: libre.
Acto X: El acto comienza con un monólogo de Melibea en el que se reconoce, por primera vez, enamorada de Calisto; poco después se lo confesará a Celestina.

MELIBEA.- ¡Oh lastimada de mí! ¡Oh mal proveída doncella! ¿Y no me fuera mejor conceder su petición y demanda ayer a Celestina cuando de parte de aquel señor, cuya vista me cautivó, me fue rogado, y contentarle a él y sanar a mí, que no venir por fuerza a descubrir mi llaga cuando no me sea agradecido, cuando ya, desconfiando de mi buena respuesta, haya puesto sus ojos en amor de otra? ¡Cuánta más ventaja tuviera mi prometimiento rogado que mi ofrecimiento forzoso! ¡Oh mi fiel criada Lucrecia! ¿Qué dirás de mí?, ¿qué pensarás de mi seso cuando me veas publicar lo que a ti jamás he querido descubrir? ¡Cómo te espantarás del rompimiento de mi honestidad y vergüenza, que siempre como encerrada doncella acostumbré a tener! No sé si habrás barruntado de dónde proceda mi dolor. ¡Oh, si ya vinieses con aquella medianera de mi salud! ¡Oh soberano Dios! A ti, que todos los atribulados llaman, los apasionados piden remedio, los llagados medicina; a ti, que los cielos, mar y tierra con los infernales centros obedecen; a ti, el cual todas las cosas a los hombres sojuzgaste, humilmente suplico des a mi herido corazón sufrimiento y paciencia, con que mi terrible pasión pueda disimular. No se desdore aquella hoja de castidad, que tengo asentada sobre este amoroso deseo, publicando ser otro mi dolor que no el que me atormenta. Pero, ¿cómo lo podré hacer, lastimándome tan cruelmente el ponzoñoso bocado que la vista de su presencia de aquel caballero me dio? ¡Oh género femíneo, encogido y frágil! ¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descubrir su congojoso y ardiente amor como a los varones? Que ni Calisto viviera quejoso ni yo penada. 

Acto XII: Se produce el primer encuentro amoroso entre Melibea y Calisto. Al final del acto tiene lugar la muerte de Celestina.

PÁRMENO.- ¿Adónde iremos, Sempronio? ¿A la cama a dormir o a la cocina a almorzar?

SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres; que, antes que venga el día, quiero yo ir a Celestina a cobrar mi parte de la cadena. Que es una puta vieja. No le quiero dar tiempo en que fabrique alguna ruindad con que nos excluya.
PÁRMENO.- Bien dices. Olvidado lo había. Vamos entramos y, si en eso se pone, espantémosla de manera que le pese. Que sobre dinero no hay amistad.
SEMPRONIO.- ¡Ce!, ¡ce! Calla, que duerme cabo esta ventanilla. Ta, ta, señora Celestina, ábrenos.
CELESTINA.- ¿Quién llama?
SEMPRONIO.- Abre, que son tus hijos.
CELESTINA.- No tengo yo hijos que anden a tal hora.
 SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y Sempronio, que nos venimos acá a almorzar contigo.
CELESTINA.- ¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué habéis hecho? ¿Qué os ha pasado? ¿Despidiose la esperanza de Calisto o vive todavía con ella o cómo queda?
SEMPRONIO.- ¿Cómo, madre? Si por nosotros no fuera, ya anduviera su alma buscando posada para siempre. Que si estimarse pudiese a lo que de allí nos queda obligado, no sería su hacienda bastante a cumplir la deuda, si verdad es lo que dicen, que la vida y persona es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.
CELESTINA.- ¡Jesús! ¿Que en tanta afrenta os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios.
 SEMPRONIO.- Mira qué tanta que por mi vida la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.
CELESTINA.- Reposa, por Dios, y dímelo.
PÁRMENO.- Cosa larga le pides, según venimos alterados y cansados del enojo que hemos habido. Harías mejor aparejarnos a él y a mí de almorzar, quizá nos amansaría algo la alteración que traemos. Que cierto te digo que no quería ya topar hombre que paz quisiese. Mi gloria sería ahora hallar en quien vengar la ira, que no pude en los que nos la causaron, por su mucho huir.
CELESTINA.- ¡Landre me mate si no me espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo ahora, Sempronio, tú, por mi vida: ¿qué os ha pasado?
SEMPRONIO.- Por Dios, sin seso vengo, desesperado; aunque para contigo por demás es no templar la ira y todo enojo y mostrar otro semblante que con los hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora, todas las armas despedazadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el casquete abollado en la capilla. Que no tengo con qué salir un paso con mi amo cuando menester me haya. Que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto. ¿Pues comprarlo de nuevo? No mando un maravedí en que caiga muerto. 
CELESTINA.- Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró. Pues sabes que es persona que luego lo cumplirá. Que no es de los que dicen: Vive conmigo y busca quien te mantenga. Él es tan franco que te dará para eso y para más. 
SEMPRONIO.- ¡Ha! Trae también Pármeno perdidas las suyas. A este cuento en armas se le irá su hacienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más de lo que él de su propio grado hace, pues es harto? No digan por mí que dando un palmo pido cuatro. Dionos las cien monedas, dionos después la cadena. A tres tales aguijones no tendrá cera en el oído. Caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca, poco suele apretar. 
CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! Por mi vejez que, si sobre comer fuera, que dijera que habíamos todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hacer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo obligada a soldar vuestras armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si no te has asido a una palabrilla que te dije el otro día, viniendo por la calle, que cuanto yo tenía era tuyo y que, en cuanto pudiese con mis pocas fuerzas, jamás te faltaría, y que, si Dios me diese buena mano derecha con tu amo, que tú no perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas palabras de buen amor no obligan. No ha de ser oro cuanto reluce; si no más barato valdría. Dime, ¿estoy en tu corazón, Sempronio? Verás si, aunque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, tanto pesar que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a esta loca de Elicia, cuando vine de tu casa, la cadenilla que traje para que se holgase con ella y no se puede acordar dónde la puso. Que en toda esta noche ella ni yo no habemos dormido sueño de pesar. No por su valor de la cadena, que no era mucho; pero por su mal cobro de ella y de mi mala dicha. Entraron unos conocidos y familiares míos en aquella sazón aquí: temo no la hayan levantado, diciendo: si te vi, burleme etc. Así que, hijos, ahora que quiero hablar con entrambos, si algo vuestro amo a mí me dio, debéis mirar que es mío; que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará, según viere que lo merecen. Que si me ha dado algo, dos veces he puesto por él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su servicio que a vosotros, más materiales he gastado. Pues habéis de pensar, hijos, que todo me cuesta dinero y aun mi saber, que no lo he alcanzado holgando. De lo cual fuera buen testigo su madre de Pármeno. Dios haya su alma. Esto trabajé yo; a vosotros se os debe esotro. Esto tengo yo por oficio y trabajo; vosotros por recreación y deleite. Pues así, no habéis vosotros de haber igual galardón de holgar que yo de penar. Pero aun con todo lo que he dicho, no os despidáis, si mi cadena aparece, de sendos pares de calzas de grana, que es el hábito que mejor en los mancebos parece. Y si no, recibid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida. Y todo esto, de buen amor, porque holgasteis que hubiese yo antes el provecho de estos pasos que no otra. Y si no os contentarais, de vuestro daño haréis. 
SEMPRONIO.- No es esta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio de codicia. Cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que adquiriendo crece la codicia; y la pobreza, codiciando; y ninguna cosa hace pobre al avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo crece la necesidad con la abundancia! ¡Quién la oyó a esta vieja decir que me llevase yo todo el provecho, si quisiese, de este negocio, pensando que sería poco! Ahora que lo ve crecido, no quiere dar nada, por cumplir el refrán de los niños, que dicen: de lo poco, poco; de lo mucho, nada. 
PÁRMENO.- Dete lo que prometió o tomémoselo todo. Harto te decía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras. 
CELESTINA.- Si mucho enojo traéis con vosotros o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí. Que bien sé dónde nace esto, bien sé y barrunto de qué pie cojeáis. No cierto de la necesidad, que tenéis de lo que pedís, ni aun por la mucha codicia que lo tenéis; sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y cautivos con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar otras, moveisme estas amenazas de dinero, poneisme estos temores de la partición. Pues callad, que quien estas os supo acarrear os dará otras diez ahora, que hay más conocimiento y más razón y más merecido de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que prometo en este caso, dígalo Pármeno. Dilo, dilo, no hayas empacho de contar cómo nos pasó, cuando a la otra dolía la madre. 
SEMPRONIO.- Yo dígole que se vaya y bájase las bragas. No ando por lo que piensas. No entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. Déjate conmigo de razones. A perro viejo no cuz cuz. Danos las dos partes por cuenta de cuanto de Calisto has recibido; no quieras que se descubra quién tú eres. A los otros, a los otros, con esos halagos, vieja.   
CELESTINA.- ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no le busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos; a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque mujer, como vosotros, muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno, no pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y mi pasada vida y los casos, que nos acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. Y aun así, me trataba ella cuando Dios quería. 
PÁRMENO.- No me hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar. 
CELESTINA.- ¡Elicia! ¡Elicia! Levántate de esa cama, dame mi manto presto, que por los santos de Dios para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como vosotros, contra los que ciñen espada, mostrad vuestras iras; no contra mi flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino los bueyes magros y flacos, los perros ladradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor ímpetu. Si aquélla que allí está en aquella cama, me hubiese a mí creído, jamás quedaría esta casa de noche sin varón ni dormiríamos a lumbre de pajas; pero por aguardarte, por serte fiel, padecemos esta soledad. Y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías. Lo cual, si hombre sintieseis en la posada, no haríais. Que como dicen, el duro adversario entibia las iras y sañas. 
SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, garganta muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia parte de lo ganado? 
CELESTINA.- ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso. No queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras. 
SEMPRONIO.- Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste o cumplirán hoy tus días. 
ELICIA.- Mete, por Dios, la espada. Tenle, Pármeno, tenle, no la mate ese desvariado. 
CELESTINA.- ¡Justicia!, ¡justicia!, ¡señores vecinos! ¡Justicia!, ¡que me matan en mi casa estos rufianes!  
SEMPRONIO.- ¿Rufianes o qué? Esperad, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas. 
CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión!
 PÁRMENO.- Dale, dale, acábala, pues comenzaste. ¡Que nos sentirán! ¡Muera!, ¡muera! De los enemigos, los menos. 
CELESTINA.- ¡Confesión! 
ELICIA.- ¡Oh crueles enemigos! ¡En mal poder os veáis! ¡Y para quién tuvisteis manos! Muerta es mi madre y mi bien todo. 
SEMPRONIO.- ¡Huye!, ¡huye! Pármeno, que carga mucha gente. ¡Guárdate!, ¡guárdate!, que viene el alguacil. 
PÁRMENO.- ¡Oh pecador de mí!, que no hay por donde nos vamos, que está tomada la puerta. 
SEMPRONIO.- Saltemos de estas ventanas. No muramos en poder de justicia. 
PÁRMENO.- Salta, que tras ti voy. 


Yo dígole que se vaya y abájase las bragas: que hace lo contrario de lo que se le dice; a perro viejo no cuz cuz: es muy difícil engañar a alguien experimentado; yo te haré ir al infierno con cartas: cartas de recomendación (intención mordaz)


Acto XIII: Monólogo de Calisto al saber de la muerte de sus criados y de Celestina. Fortuna. Individualismo.

CALISTO.- ¡Oh día de congoja! ¡Oh fuerte tribulación! ¡Y en qué anda mi hacienda de mano en mano y mi nombre de lengua en lengua! Todo será público cuanto con ella y con ellos hablaba, cuanto de mí sabían, el negocio en que andaban. No osaré salir ante gentes. ¡Oh pecadores de mancebos, padecer por tan súbito desastre! ¡Oh mi gozo, cómo te vas disminuyendo! Proverbio es antiguo, que de muy alto grandes caídas se dan. Mucho había anoche alcanzado; mucho tengo hoy perdido. Rara es la bonanza en el piélago. Yo estaba en título de alegre, si mi ventura quisiera tener quedos los undosos vientos de mi perdición. ¡Oh fortuna, cuánto y por cuántas partes me has combatido! Pues, por más que sigas mi morada y seas contraria a mi persona, las adversidades con igual ánimo se han de sufrir y en ellas se prueba el corazón recio o flaco. No hay mejor toque para conocer qué quilates de virtud o esfuerzo tiene el hombre. Pues por más mal y daño que me venga, no dejaré de cumplir el mandado de aquella por quien todo esto se ha causado. Que más me va en conseguir la ganancia de la gloria que espero, que en la pérdida de morir los que murieron. Ellos eran atrevidos y esforzados: ahora o en otro tiempo de pagar habían. La vieja era mala y falsa, según parece que hacía trato con ellos y así que riñeron sobre la capa del justo. Permisión fue divina que así acabase en pago de muchos adulterios, que por su intercesión o causa son cometidos. Quiero hacer aderezar a Sosia y a Tristanico. Irán conmigo este tan esperado camino. Llevarán escalas, que son muy altas las paredes. Mañana haré que vengo de fuera, si pudiere vengar estas muertes; si no, pagaré mi inocencia con mi fingida ausencia o me fingiré loco, por mejor gozar de este sabroso deleite de mis amores, como hizo aquel gran capitán Ulises por evitar la batalla troyana y holgar con Penélope, su mujer. 

Acto XIX: Muerte de Calisto.

MELIBEA.- Señor mío, ¿quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?
 CALISTO.- No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y beber, donde quiera se da por dinero, en cada tiempo se puede haber y cualquiera lo puede alcanzar; pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no hay igual que en este huerto, ¿cómo mandas que se me pase ningún momento que no goce? 
LUCRECIA.- Ya me duele a mí la cabeza de escuchar y no a ellos de hablar ni los brazos de retozar ni las bocas de besar. ¡Andar!, ya callan: a tres me parece que va la vencida. 
CALISTO.- Jamás querría, señora, que amaneciese, según la gloria y descanso que mi sentido recibe de la noble conversación de tus delicados miembros. 
MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu visitación incomparable merced. 
SOSIA.- ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a asombrar a los que no os temen? Pues yo juro que si esperaseis, que yo os hiciera ir como merecíais. 
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a valerle, no le maten, que no está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
 MELIBEA.- ¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
 CALISTO.- Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen corazas y capacete y cobardía. 
 SOSIA.- ¿Aun tornáis? Esperadme. Quizás venís por lana... 
CALISTO.- Déjame, por Dios, señora, que puesta está la escala. 
MELIBEA.- ¡Oh desdichada yo!, y ¿cómo vas tan recio y con tanta prisa y desarmado a meterte entre quien no conoces? Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá. 
TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes, que idos son; que no era sino Traso el cojo y otros bellacos que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos a la escala. 
CALISTO.- ¡Oh!, ¡válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión! 
TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala y no habla ni se bulle. 
SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡A esotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡Oh gran desventura! 
LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha!, ¡gran mal es éste! 
MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oigo?, ¡amarga de mí! 
TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día de aciago! ¡Oh arrebatado fin! 
MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes; veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumiose mi gloria! 

Acto XX: La despedida de Melibea. Explicación de su amor. La Fortuna. Intensidad de lenguaje a través de anáforas y paralelismos.

MELIBEA.- Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estoy, que estorbarás la presente habla que te quiero hacer. Lastimado serás brevemente con la muerte de tu única hija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso y tu pasión, llegado es mi alivio y tu pena, llegada es mi acompañada hora y tu tiempo de soledad. No habrás, honrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada de mi forzada y alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quejoso en no saber por qué me mato que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más de lo que de mi grado decirte quisiere. Porque, cuando el corazón está embargado de pasión, están cerrados los oídos al consejo y en tal tiempo las fructuosas palabras, en lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre mío, mis últimas palabras y, si como yo espero las recibes, no culparás mi yerro. Bien ves y oyes este triste y doloroso sentimiento, que toda la ciudad hace. Bien ves este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de canes, este grande estrépito de armas. De todo esto fui yo la causa. Yo cubrí de luto y jergas en este día casi la mayor parte de la ciudadana caballería; yo dejé hoy muchos sirvientes descubiertos de señor; yo quité muchas raciones y limosnas a pobres y vergonzantes; yo fui ocasión que los muertos tuviesen compañía del más acabado hombre que en gracia nació; yo quité a los vivos el dechado de gentileza, de invenciones galanas, de atavíos y bordaduras, de habla, de andar, de cortesía, de virtud; yo fui causa de que la tierra goce sin tiempo el más noble cuerpo y más fresca juventud que al mundo era en nuestra edad criada. Y porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son pasados, padre mío, que penaba por amor un caballero que se llamaba Calisto, el cual tú bien conociste. Conociste asimismo sus padres y claro linaje; sus virtudes y bondad a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor y tan poco el lugar para hablarme que descubrió su pasión a una astuta y sagaz mujer que llamaban Celestina. La cual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubría a ella lo que a mi querida madre encubría. Tuvo manera cómo ganó mi querer, ordenó cómo su deseo y el mío hubiesen efecto. Si él mucho me amaba, no vivía engañado. Concertó el triste concierto de la dulce y desdichada ejecución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad. Del cual deleitoso yerro de amor gozamos casi un mes. Y como esta pasada noche viniese, según era acostumbrado, a la vuelta de su venida, como de la fortuna mudable estuviese dispuesto y ordenado, según su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche oscura, la escala delgada, los sirvientes que traía no diestros en aquel género de servicio y él bajaba presuroso a ver un ruido que con sus criados sonaba en la calle, con el gran ímpetu que llevaba, no vio bien los pasos, puso el pie en vacío y cayó. De la triste caída sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras y paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confesión su vida, cortaron mi esperanza, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viviese yo penada? Su muerte convida a la mía, convídame y fuerza que sea presto, sin dilación, muéstrame que ha de ser despeñada por seguirle en todo. No digan por mí: a muertos y a idos... Y así contentarle he en la muerte, pues no tuve tiempo en la vida. ¡Oh mi amor y señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me incuses la tardanza que hago, dando esta última cuenta a mi viejo padre, pues le debo mucho más.» ¡Oh padre mío muy amado! Ruégote, si amor en esta pasada y penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas: juntas nos hagan nuestras obsequias. Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin, extraídas y sacadas de aquellos antiguos libros, que tú por más aclarar mi ingenio me mandabas leer; sino que ya la dañada memoria con la gran turbación me las ha perdido y aun porque veo tus lágrimas mal sufridas decir por tu arrugada faz. Salúdame a mi cara y amada madre: sepa de ti largamente la triste razón porque muero. ¡Gran placer llevo de no la ver presente! Toma, padre viejo, los dones de tu vejez. Que en largos días largas se sufren tristezas. Recibe las arras de tu senectud antigua, recibe allá tu amada hija. Gran dolor llevo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo y con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo, que allá baja. 


Acto XXI: Monólogo final de Pleberio: planto por la muerte de Melibea. La nueva clase social de la burguesía. La Fortuna. El caos del mundo. El amor y sus males. Anáforas, paralelismos y enumeraciones.


PLEBERIO.- ¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en el pozo. Nuestro bien todo es perdido. ¡No queramos más vivir! Y porque el incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle, porque más presto vayas al sepulcro, porque no llore yo solo la pérdida dolorida de entrambos, ves allí a la que tú pariste y yo engendré, hecha pedazos. La causa supe de ella; más la he sabido por extenso de esta su triste sirvienta. Ayúdame a llorar nuestra llagada postrimería. ¡Oh gentes, que venís a mi dolor! ¡Oh amigos y señores, ayudadme a sentir mi pena! ¡Oh mi hija y mi bien todo! Crueldad sería que viva yo sobre ti. Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbose la orden del morir con la tristeza que te aquejaba. ¡Oh mis canas, salidas para haber pesar! Mejor gozara de vosotras la tierra que de aquellos rubios cabellos que presentes veo. Fuertes días me sobran para vivir; ¿quejarme he de la muerte? ¿Incusarle he su dilación? Cuanto tiempo me dejare solo después de ti, fálteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía. ¡Oh mujer mía! Levántate de sobre ella y, si alguna vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos, en quebrantamiento y suspirar. Y si por caso tu espíritu reposa con el suyo, si ya has dejado esta vida de dolor, ¿por qué quisiste que lo pase yo todo? En esto tenéis ventaja las hembras a los varones, que puede un gran dolor sacaros del mundo sin lo sentir o a lo menos perdéis el sentido, que es parte de descanso. ¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿Adonde hallará abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dejárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia y robusta edad que no en la flaca postrimería. ¡Oh vida de congojas llena, de miserias acompañada! ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, muchos en tus cualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas te compararon; yo por triste experiencia lo contaré, como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta ahora callado tus falsas propiedades, por no encender con odio tu ira, porque no me secases sin tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Pues ahora sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre, que sin temor de los crueles salteadores va cantando en alta voz. Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por algún orden; ahora visto el pro y la contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo: no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada cumples; échasnos de ti, porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuidados, a rienda suelta; descúbresnos la celada, cuando ya no hay lugar de volver. Muchos te dejaron con temor de tu arrebatado dejar: bienaventurados se llamarán, cuando vean el galardón que a este triste viejo has dado en pago de tan largo servicio. Quiébrasnos el ojo y úntasnos con consuelos el casco. Haces mal a todos, porque ningún triste se halle solo en ninguna adversidad, diciendo que es alivio a los míseros, como yo, tener compañeros en la pena. Pues desconsolado viejo, ¡qué solo estoy! [...]

Pero ¿quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza de amor? Pues, mundo, halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti, conociendo tus falacias, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras  flacas voluntades? ¿A dónde me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¿Quién tendrá en regalos mis años que caducan? ¡Oh amor, amor! ¡Que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos! Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus brasas pasé: ¿cómo me soltaste, para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tus lazos me había librado, cuando los cuarenta años toqué, cuando fui contento con mi conyugal compañera, cuando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomabas en los hijos la venganza de los padres. Ni sé si hieres con hierro ni si quemas con fuego. Sana dejas la ropa; lastimas el corazón. Haces que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían, como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros, que ella para su servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. No das iguales galardones. Inicua es la ley, que a todos igual no es. Alegra tu sonido; entristece tu trato. Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congojosa danza. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano, con que tiras a tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni ven el desabrido galardón que saca de tu servicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás hace señal donde llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas. Las cuales son tantas que de quién comenzar pueda, apenas me ocurre. No sólo de cristianos; mas de gentiles y judíos y todo en pago de buenos servicios. 

Os dejamos aquí un enlace que puede seros útil para ampliar información sobre La Celestina

http://es.slideshare.net/MarinaMaci/la-realidad-social-de-la-celestina

EL RENACIMIENTO. SIGLO XVI

Contexto ideológico:

  • Antropocentrismo: el ser humano es el centro del universo, la medida de todas las cosas y la finalidad última de la naturaleza.
  • Recuperación de la cultura clásica
  • Reforma religiosa. Protestantismo: Lutero y Calvino; rechazo papado y venta de indulgencias. Erasmismo: retorno a un cristianismo primitivo; religiosidad interior.
  • Humanismo. Studia humanitatis: gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral; renovación científica.
Contexto sociocultural:

  • Auge de la burguesía (incipiente capitalismo, mecenazgo)
  • Imprenta: transmisión de la información y el conocimiento; difusión de la literatura
Contexto histórico:

  • Carlos V
  • Felipe II



LA NOVELA PICARESCA DEL RENACIMIENTO: EL LAZARILLO DE TORMES

Características de la novela picaresca:


  • Antiheroísmo de sus protagonistas: viven al margen de los códigos sociales y heroicos, en contraposición a los héroes de la novela de caballería o de la novela sentimental.
  • Carácter autobiográfico: el protagonista narra sus aventuras en primera persona.
  • Estructura abierta: organización episódica e itinerante de las aventuras.
  • Intención moralizante: la vida de los pícaros es un ejemplo de conducta aberrante.
  • Carácter satírico: la visión crítica del pícaro produce un retrato caricaturesco de los estamentos y clases sociales vistos a través del servicio a muchos amos.

LAZARILLO DE TORMES, 1554


Algunos críticos consideran que con La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades se inaugura la novela moderna, entendida esta como un relato verosímil de carácter realista en el que se asiste a la evolución de un personaje en el medio en el que vive.

Aquí os podéis descargar la obra completa:


TEMAS:
  • El realismo
  • La picaresca
  • El hambre
  • El antihéroe
  • El honor, la honra
  • El relato autobiográfico
  • El anticlericalismo
  • El humor
  • Intención de la obra: ¿determinismo?


FRAGMENTOS

  • El Prólogo, en el que el narrador, el propio Lázaro, justifica la narración de la historia que presenta como una carta escrita a un "vuestra merced" después de que este le hubiera pedido explicaciones sobre "el caso", es decir, la supuesta infidelidad de la mujer de Lázaro con el Arcipreste de San Salvador, para el que nuestro protagonista trabaja.

Y todo va desta manera: que confesando yo no ser mas santo que mis vecinos, desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesara que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.
Suplico a vuestra merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran.
Y pues vuestra merced escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso, pareciome no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuanto mas hicieron los que, siendoles contraria, con fuerza y mana remando, salieron a buen puerto.

  • Tratado I: La familia de Lázaro, la sentencia de Lázaro sobre lo que dice su hermano pequeño de su padre negro, la aparición del ciego ( su primer amo) y la narración de varios episodios de lucha de astucias entre el amo y su lazarillo (el jarro de vino, las uvas, la longaniza y el poste) 

Tratado Primero
Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue
Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tome González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tome el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenia cargo de proveer una molienda de una acena, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de quince anos; y estando mi madre una noche en la acena, preñada de mí, tomole el parto y pariome allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho anos, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confeso y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que esta en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determino arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vinose a vivir a la ciudad, y alquilo una casilla, y metiose a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venia a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrabase en casa. Yo al principio de su entrada, pesabame con el y habiale miedo, viendo el color y mal gesto que tenia; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuerdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía del con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: "¡Madre, coco!".Respondió él riendo: "¡Hideputa!"
Yo, aunque bien muchacho, note aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí:
"¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!"
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallose que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, lena, almohazas, mandiles, y las mantas y sabanas de los caballos hacia perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probosele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.
Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabo de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban. En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciendole que yo seria para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciendole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mi, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciendole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determino irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
"Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Valete por ti."Y así me fui para mi amo, que esperandome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, esta a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandome que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
"Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro del."Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como sintió que tenia la cabeza par de la piedra, afirmo recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y dijome:
"Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo", y rió mucho la burla.
Pareciome que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí:
"Verdad dice este, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar como me sepa valer."
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgabase mucho, y decía:
"Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostrare."
Y fue ansí, que después de Dios este me dio la vida, y siendo ciego me alumbro y adestró en la carrera de vivir. Huelgo de contar a vuestra merced estas niñerías para mostrar cuanta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuanto vicio.
Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, vuestra merced sepa que desde que Dios crío el mundo, ninguno formo más astuto ni sagaz. En su oficio era un aguila; ciento y tantas oraciones sabia de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacia resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenia otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre.
Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía: "Haced esto, haréis estotro, cosed tal yerba, tomad tal raíz." Con esto andabase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba mas en un mes que cien ciegos en un ano.
Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamas tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario.
Digo verdad: si con mi sotileza y buenas manas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las mas veces, me cabía lo mas y mejor. Para esto le hacia burlas endiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.
Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada.
Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba. Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenia lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que el echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio. Quejabaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:
"¿Que diablo es esto, que después que conmigo estas no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En ti debe estar esta desdicha."
También él abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa, porque me tenia mandado que en yendose el que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacia. Luego él tornaba a dar voces, diciendo: "¿Mandan rezar tal y tal oración?", como suelen decir. Usaba poner cabe si un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados y tornabale a su lugar. Mas turome poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenia hecha, la cual metiendola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudo proposito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapabale con la mano, y ansí bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acorde en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrabame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada:
espantabase, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser.
"No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano."
Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que hallo la fuente y cayo en la burla; mas así lo disimulo como si no lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, senteme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenia tiempo de tomar de mi venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejo caer sobre mi boca, ayudandose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo, que me desatino y saco de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos del se me metieron por la cara, rompiendomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quede.
Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavome con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriendose decía: "¿Que te parece, Lázaro? Lo que te enfermo te sana y da salud", y otros donaires que a mi gusto no lo eran.
Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar del; mas no lo hice tan presto por hacello mas a mí salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacia, que sin causa ni razón me hería, dandome coscorrones y repelandome. Y si alguno le decía por que me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:
"¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazana."
Santiguandose los que lo oían, decían: "¡Mira, quien pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!", y reían mucho el artificio, y decianle: "Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis."
Y él con aquello nunca otra cosa hacia. Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo mas alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgabame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenia. Con esto siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía mas: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.
Y porque vea vuestra merced a cuanto se extendía el ingenio deste astuto ciego, contare un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Arrimabase a este refrán: "Mas da el duro que el desnudo." Y venimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteniamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.
Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo esta muy madura, desgranabasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornabase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentamonos en un valladar y dijo:
"Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas del tanta parte como yo.
Partillo hemos desta manera:
tú picaras una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez mas de una uva, yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño."
Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor mudo de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contente ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando la cabeza dijo:
"Lázaro, engañado me has: jurare yo a Dios que has tu comido las uvas tres a tres.""No comí -dije yo- más ¿por qué sospecháis eso?"Respondió el sagacisimo ciego:
"¿Sabes en que veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas." , a lo cual yo no respondí. Yendo que ibamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a la sazón estábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano, toco en ellas, y viendo lo que era dijome:
"Anda presto, muchacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo."
Yo, que bien descuidado iba de aquello, mire lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, dijele:
"Tío, ¿por qué decís eso?"Respondiome:
"Calla, sobrino; según las manas que llevas, lo sabrás y veras como digo verdad."
Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran suspiro dijo:
"¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! !¡De cuantos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuan pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por ninguna veía!"Como le oí lo que decía, dije:
"Tío, ¿qué es eso que decís?"
"Calla, sobrino, que algún día te dará este, que en la mano tengo, alguna mala comida y cena.""No le comeré yo -dije- y no me la dará."
"Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives."
Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedía en él.
Era todo lo mas que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansí por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.
Reime entre mi, y aunque muchacho note mucho la discreta consideración del ciego.
Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y con el acabar.
Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y diome un pedazo de longaniza que la asase. Ya que la longaniza había pringado y comidose las pringadas, saco un maravedí de la bolsa y mando que fuese por el de vino a la taberna. Pusome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presente nadie estuviese sino el y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiendome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabia que había de gozar, no mirando que me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saque la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual mi amo, dandome el dinero para el vino, tomo y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.
Yo fui por el vino, con el cual no tarde en despachar la longaniza, y cuando vine halle al pecador del ciego que tenia entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aun no habia conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallose en frío con el frío nabo. Alterose y dijo:
"¿Que es esto, Lazarillo?"
"¡Lacerado de mí! -dije yo-. ?¿Si queréis a mi echar algo? ?¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría esto."
"No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible "
Yo torne a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovecho, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantose y asiome por la cabeza, y llegose a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiendome con las manos, abriame la boca mas de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual el tenia luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían aumentado un palmo, con el pico de la cual me llego a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenia, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aun no habia hecho asiento en el estomago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz medio cuasi ahogandome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estomago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra malmascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.
¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacaronme de entre sus manos, dejandoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenia, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.
Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dabales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazanas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacia sinjusticia en no se las reír.
Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la mitad del camino estaba andado; que con solo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estomago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así. Hicieronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le habia traído, lavaronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:
"Por verdad, mas vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del ano que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en mas cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendro, mas el vino mil te ha dado la vida."
Y luego contaba cuantas veces me habia descalabrado y arpado la cara, y con vino luego sanaba.
"Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que seras tú."
Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronostico del ciego no salio mentiroso, y después aca muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda debía tener espíritu de profecía, y me pesa de los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pague, considerando lo que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante vuestra merced oirá.
Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determine de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y habia llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo habia, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, dijome el ciego:
"Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche mas cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo."
Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:
"Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos mas aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto."Pareciole buen consejo y dijo:
"Discreto eres; por esto te quiero bien. Llevame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados."
Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquele debajo de los portales, y llevelo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y digole: "Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay."
Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme del venganza), creyose de mí y dijo:
"Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo."
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste como quien espera tope de toro, y dijele:
"¡Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua. "Aun apenas lo habia acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayo luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.
"¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! -le dije yo. Y dejele en poder de mucha gente que lo habia ido a socorrer, y tome la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe mas lo que Dios del hizo, ni cure de lo saber.


  • Tratado II: El clérigo de Maqueda. Anticlericalismo. Erasmismo.
Tratado Segundo
Como Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó

Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo. Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado. No digo más sino que toda la laceria del mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era, o lo había anexado con el hábito de clerecía. 
Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado, y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras: algún tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que aunque dello no me aprovechara, con la vista dello me consolara. Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave en una cámara en lo alto de la casa. Destas tenía yo de ración una para cada cuatro días; y cuando le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopecto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo: "Toma, y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar", como si debajo della estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo, las cuales él tenía tan bien por cuenta, que si por malos de mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo me finaba de hambre. Pues, ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara! Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame por una que costaba tres maravedís. Aquélla le cocía y comía los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato, diciendo:

"Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa."
Tal te la dé Dios!", decía yo paso entre mí. 

A cabo de tres semanas que estuve con él, vine a tanta flaqueza que no me podía tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran.
Para usar de mis manas no tenía aparejo, por no tener en que dalle salto; y aunque algo hubiera, no podía cegalle, como hacía al que Dios perdone, si de aquella calabazada feneció, que todavía, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como él tenía. Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía que no era del registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el casco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la ponía sobre el altar. No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él viví o, por mejor decir, morí. De la taberna nunca le traje una blanca de vino, mas aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz compasaba de tal forma que le duraba toda la semana, y por ocultar su gran mezquindad decíame:
"Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros."
Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía mas que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamas fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces, y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extrema unción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que la echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo. Y cuando alguno de estos escapaba, ¡Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo. Y el que se moría otras tantas bendiciones llevaba de mí dichas. Porque en todo el tiempo que allí estuve, que sería cuasi seis meses, solas veinte personas fallecieron, y estas bien creo que las maté yo o, por mejor decir, murieron a mi recuesta; porque viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a mi vida. Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba, que si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cuotidiana hambre, mas lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo también para mí como para los otros deseaba algunas veces; mas no la vía, aunque estaba siempre en mí.

Tratado III: el hidalgo. Lázaro sirve al escudero, un hidalgo que pertenece al estamento más bajo de la nobleza y que vive obsesionado por una honra basada exclusivamente en las apariencias.


Tratado Tercero
Como Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le acaeció con él


Desta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza y, poco a poco, con ayuda de las buenas gentes di conmigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde con la merced de Dios dende a quince días se me cerro la herida; y mientras estaba malo, siempre me daban alguna limosna, mas después que estuve sano, todos me decían:
"Tu, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un amo a quien sirvas."
"¿Y adonde se hallara ese -decía yo entre mí- si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no le criase?"
Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle, con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme, y yo a él, y díjome:
-Muchacho, ¿buscas amo?
Yo le dije:
-Sí, señor.
-Pues vente tras mí -me respondió-, que Dios te ha hecho merced en topar conmigo; alguna buena oración rezaste hoy.


Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parecía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester.


Era de mañana cuando éste mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba, y aun deseaba, que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque ésta era propia hora cuando se suele proveer de lo necesario, mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas.


«Por ventura no lo ve aquí a su contento -decía yo-, y querrá que lo compremos en otro cabo».


De esta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto y tal como yo la deseaba y aun la había menester.


En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa, ante la cual mi amo se paró, y yo con él, y, derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa, la cual tenía la entrada oscura y lóbrega, de tal manera que parece que ponía temor a los que en ella entraban, aunque dentro de ella estaba un patio pequeño y razonables cámaras.


Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos y, muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él. Y hecho esto, sentóse cabo de ella, preguntándome muy por extenso de dónde era y cómo había venido a aquella ciudad. Y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me parecía más conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía. Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no ser para en cámara. Esto hecho, estuvo así un poco, y yo luego vi mala señal por ser ya casi las dos y no verle más aliento de comer que a un muerto. Después de esto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras. Finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así, díjome:


-Tú, mozo, ¿has comido?


-No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con vuestra merced encontré.


-Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y, cuando así como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy así. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos.


Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que, aunque aquel era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor. Finalmente, allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo disimulando lo mejor que pude, le dije:


-Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. De eso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y así fui yo loado de ella hasta hoy día de los amos que yo he tenido.


-Virtud es ésa -dijo él-, y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien.


«¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-. ¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!»


Púseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome:


-Ven acá, mozo. ¿Qué comes?


Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran, el mejor y más grande, y díjome:


-Por mi vida, que parece éste buen pan.


-¡Y cómo agora -dije yo-, señor, es bueno!


-Sí, a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?


-No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor de ello.


-Así plega a Dios -dijo el pobre de mi amo.


Y, llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como yo en lo otro.


-¡Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios!


Y como le sentí de qué pie cojeaba, dime prisa, porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me quedase. Y con esto acabamos casi a una. Y mi amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas de migajas, y bien menudas, que en los pechos se le habían quedado.

En el mismo tratado, interesante reflexión sobre la honra:

Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que, escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no sólo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad. Y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal. Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres y, en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas, que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso, hecha cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hubiese tenido mucho tiempo.
«Éste -decía yo- es pobre, y nadie da lo que no tiene; mas el avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo, que, con dárselo Dios a ambos, al uno de mano besada y al otro de lengua suelta, me mataban de hambre, aquéllos es justo desamar y aquéste es de haber mancilla».


Dios es testigo que hoy día, cuando topo con alguno de su hábito con aquel paso y pompa, le he lástima con pensar si padece lo que aquél le vi sufrir; al cual, con toda su pobreza, holgaría de servir más que a los otros, por lo que he dicho. Sólo tenía de él un poco de descontento: que quisiera yo que no tuviera tanta presunción; mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho que subía su necesidad. Mas, según me parece, es regla ya entre ellos usada y guardada: aunque no haya cornado de trueco ha de andar el birrete en su lugar. El Señor lo remedie, que ya con este mal han de morir.

Pues, estando yo en tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa vivienda no durase. Y fue, como el año en esta tierra fuese estéril de pan, acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres extranjeros se fuesen de la ciudad, con pregón que el que de allí adelante topasen fuese punido con azotes. Y así, ejecutando la ley, desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres azotando por las Cuatro Calles. Lo cual me puso tan gran espanto que nunca osé desmandarme a demandar. 
Aquí viera, quien vello pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los moradores, tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado, ni hablaba palabra. A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento; que de la laceria que les traían me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba.
Y no tenía tanta lástima de mí como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió. A lo menos, en casa bien lo estuvimos sin comer. No sé yo cómo o dónde andaba y qué comía. ¡Y velle venir a mediodía la calle abajo con estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta! Y por lo que toca a su negra que dicen honra, tomaba una paja de las que aun asaz no había en casa, y salía a la puerta escarbando los dientes que nada entre sí tenían...

De este tratado III es también el fragmento que tenéis en la página "lamento fúnebre" que narra la anécdota de "la casa lúgubre y oscura", recogida del folclore popular.


  • Tratados IV,V y VI: un fraile de la Merced, un buldero y un capellán.
  • Tratado V: el buldero
    Todos se hincaron de rodillas, y delante del altar, con los clérigos, comenzaban a cantar con voz baja una letanía. Y viniendo él con la cruz y agua bendita, después de haber sobre él cantado, el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que casi nada se le parescía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente (como suelen hacer en los sermones de Pasión de predicador y auditorio devoto), suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que aquel, encaminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y confesase sus pecados.
                Y esto hecho, mandó traer la bula y púsosela en la cabeza, y luego el pecador del alguacil comenzó poco a poco, a estar mejor y tornar en sí. Y desque fue bien vuelto en su acuerdo, echóse a los pies del señor comisario y demandóle perdón, y confesó haber dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio: lo uno, por hacer a él daño y vengarse del enojo; lo otro, y más principal, porque el demonio reciba mucha pena del bien que allí se hiciera en tomar la bula.

  • Tratado VII: el "caso"

Tratado Séptimo
Como Lazaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaeció con él

Despedido del capellán, asenté por hombre de justicia con un alguacil, mas muy poco viví con él, por parecerme oficio peligroso; mayormente, que una noche nos corrieron a mí y a mi amo a pedradas y a palos unos retraídos, y a mi amo, que espero, trataron mal, mas a mi no me alcanzaron. Con esto renegué del trato.
Y pensando en que modo de vivir haría mi asiento por tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa; y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procure, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre sino los que le tienen; en el cual el día de hoy vivo y resido a servicio de Dios y de vuestra merced.
Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecuciones por justicia y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance, en el cual oficio un día que ahorcábamos un apañador en Toledo y llevaba una buena soga de esparto, conocí y caí en la cuenta de la sentencia que aquel mi ciego amo había dicho en Escalona, y me arrepentí del mal pago que le di por lo mucho que me enseno, que, después de Dios, el me dio industria para llegar al estado que ahora esto.
Hame sucedido tan bien, yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano: tanto que en toda la ciudad el que ha de echar vino a vender o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho.
En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuro casarme con una criada suya; y visto por mí que de tal persona no podía venir sino bien y favor, acorde de lo hacer.
Y así me case con ella, y hasta agora no estoy arrepentido; porque, allende de ser buena hija y diligente, servicial, tengo en mi señor arcipreste todo favor y ayuda. Y siempre en el ano le da en veces al pie de una carga de trigo, por las Pascuas su carne, y cuando el par de los bodigos, las calzas viejas que deja; e hízonos alquilar una casilla par de la suya. Los domingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa. Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltaran, no nos dejan vivir, diciendo no sé que, y si sé que, de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios que ellos dicen la verdad.
Aunque en este tiempo siempre he tenido alguna sospechuela y habido algunas malas cenas por esperalla algunas noches hasta las laudes y aun más, y se me ha venido a la memoria lo que mi amo el ciego me dijo en Escalona estando asido del cuerno; aunque de verdad siempre pienso que el diablo me lo trae a la memoria por hacerme malcasado, y no le aprovecha.
Porque, allende de no ser ella mujer que se pague destas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá. Que él me habló un día muy largo delante della, y me dijo:
"Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrara. Digo esto porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu provecho."
"Señor -le dije-, yo determine de arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo deso, y aun, por mas de tres veces me han certificado que, antes que comigo casase, había parido tres veces, hablando con reverencia de vuestra merced, porque esta ella delante."
Entonces mi mujer echó juramentos sobre si, que yo pensé la casa se hundiera con nosotros, y después tomose a llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la había casado, en tal manera que quisiera ser muerto antes que se me hobiera soltado aquella palabra de la boca. Mas yo de un cabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos que cesó su llanto, con juramento que le hice de nunca mas en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese, de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres bien conformes. Hasta el día de hoy, nunca nadie nos oyó sobre el caso; antes, cuando alguno siento que quiere decir algo della, le atajo y le digo: "Mira: si sois amigo, no me digáis cosa con que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar; mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que yo mas quiero, y la amo mas que a mí. Y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco; que yo jurare sobre la hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me matare con él."
Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa.


Esto fue el mesmo ano que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella cortes, y se hicieron grandes regocijos, como vuestra merced habrá oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna, de lo que de aquí adelante me sucediere avisare a vuestra merced.

Diferencias en el tratamiento del héroe en el Poema de Mio Cid y en El Lazarillo.

En el Poema de Mio Cid, cantar de gesta medieval, nos encontramos con un personaje, el Cid, que representa el ideal del héroe castellano: como vasallo (leal al rey), como padre (protector y vengador de sus hijas), como esposo (enamorado y protector de la familia) y como cristiano (batalla contra moros). Se le caracteriza con los atributos propios del héroe épico -el caballo, Babieca; sus espadas, Colada y Tizón- y se insiste en su mesura, su valor y su astucia. El Cid, por otra parte, persigue la recuperación del honor, perdido tanto en su dimensión pública (con el destierro del rey) como en la privada (por la afrenta de los infantes a sus hijas). Ese motivo, de hecho, es el eje central de la obra y nuestro héroe épico consigue restaurar su honra en los dos ámbitos.

Lázaro de Tormes es el protagonista de El Lazarillo, novela del Renacimiento que inaugura el género de la picaresca, uno de los más importantes de la prosa de ficción del siglo XVI y el primer paso hacia la aparición de la novela moderna. El protagonista de El Lazarillo es el reverso del Cid: su origen no es noble (su padre estuvo en la cárcel, su madre sobrevive en la miseria) sino que proviene de las capas más bajas de la sociedad; no es leal a sus amos (se venga del ciego al final del primer tratado, engaña a gran parte de ellos, los abandona cuando considera que no le aportan nada más...); no podemos decir que sea un esposo modélico si tenemos en cuenta que consiente la infidelidad de su mujer porque obtiene provecho de esa circunstancia; no aparece como un personaje fuerte o valiente (queda maltrecho tras algunos de los castigos que le propinan sus amos y tiene un aspecto físico enclenque). La astucia, sin embargo, sí sería una cualidad que ambos comparten.

En lo que se refiere a la recuperación de la honra, podemos decir que toda la obra es, precisamente, la contestación a la pregunta de "vuestra merced" acerca de la supuesta pérdida del honor de Lázaro. Si veíamos que el Cid hace todo lo posible por restaurar su honor perdido, a Lázaro, en cambio, no parece preocuparle esa cuestión, puesto que en su contestación hay mucho más de justificación de su conducta que de negación de los hechos. 

Finalmente, si reflexionáramos sobre el concepto tradicional de héroe, podríamos cuestionar tanto lo heroico del Cid como el antiheroísmo de Lázaro. Pensemos que Lázaro, como dice de sí mismo al principio de la obra, ha conseguido sobrevivir en un ambiente hostil y ascender socialmente, para lo cual, desde luego, no le ha faltado valentía. 

Y si queréis saber más, aquí están algunos enlaces para saciar vuestra curiosidad:El Lazarillo de Tormes
http://depoetasypiratas.blogspot.com.es/2015/05/lazarillo-de-tormes-resumen-videos-y.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/14/actualidad/1331727016_258976.html
http://lenguasanchi.blogspot.com.es/p/recursos-audivisuales.html
http://enocasionesleolibros.blogspot.com.es/search/label/LAZARILLO%20DE%20TORMES




POESÍA RENACENTISTA: 
LA POESÍA PETRARQUISTA DE GARCILASO DE LA VEGA

La poesía petrarquista es la adaptación española de la poesía del italiano Francesco Petrarca (1304-1374), autor del Cancionero, obra poética compuesta sobre todo por sonetos y odas dedicados a Laura, imagen idealizada de la mujer y símbolo de un amor no correspondido.

Fueron Juan Boscán y Garcilaso de la Vega quienes impusieron este nuevo estilo en nuestra literatura y ello supuso una enorme renovación de la lírica peninsular y la consolidación del Renacimiento en nuestras letras.

Caracteríticas del Petrarquismo:

  • Importancia de la naturaleza como fuente de las imágenes poéticas y espacio ideal del amor.
  • Protagonismo de pastores melancólicos rodeados de elementos plácidos (la sombra de los árboles, la quietud de los prados, el agua serena, es decir, el tópico locus amoenus)
  • Importancia de los sentimientos propios
  • Innovación lingüística y métrica (predominio del endecasílabo y el heptasílabo, del soneto, del terceto y de la octava real).
LA OBRA DE GARCILASO DE LA VEGA

Su obra (no muy extensa pues apenas vivió treinta y tres años) está formada por tres églogas, dos elegías, una epístola, cinco canciones, cuarenta sonetos (dos de ellos atribuidos), tres odas en latín y un grupo de poesías cancioneriles.

Predomina el tema amoroso, el lamento -por la ausencia, los celos o la muerte de la amada-, y el tono elegíaco -atormentado por el desdén de la dama y con continuas alusiones a fábulas mitológicas.

ANTOLOGÍA DE TEXTOS

SONETO I 

Cuando me paro a contemplar mi estado 
y a ver los pasos por dó me ha traído, 
hallo, según por do anduve perdido, 
que a mayor mal pudiera haber llegado; 

mas cuando del camino estoy olvidado, 
a tanto mal no sé por dó he venido: 
sé que me acabo, y mas he yo sentido 
ver acabar conmigo mi cuidado. 

Yo acabaré, que me entregué sin arte 
a quien sabrá perderme y acabarme, 
si quisiere, y aun sabrá querello: 

que pues mi voluntad puede matarme, 
la suya, que no es tanto de mi parte, 
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

Soneto III

La mar en medio y tierras he dejado 
de cuanto bien, cuitado, yo tenía; 
y yéndome alejando cada día, 
gentes, costumbres, lenguas he pasado. 

Ya de volver estoy desconfiado; 
pienso remedios en mi fantasía; 
y el que más cierto espero es aquel día 
que acabará la vida y el cuidado. 

De cualquier mal pudiera socorrerme 
con veros yo, señora, o esperallo, 
si esperallo pudiera sin perdello; 

mas no de veros ya para valerme, 
si no es morir, ningún remedio hallo, 
y si éste lo es, tampoco podré habello.
Soneto V
Escrito está en mi alma vuestro gesto, 
y cuanto yo escribir de vos deseo; 
vos sola lo escribisteis, yo lo leo 
tan solo, que aun de vos me guardo en esto. 

En esto estoy y estaré siempre puesto; 
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, 
de tanto bien lo que no entiendo creo, 
tomando ya la fe por presupuesto. 

Yo no nací sino para quereros; 
mi alma os ha cortado a su medida; 
por hábito del alma mismo os quiero. 

Cuando tengo confieso yo deberos; 
por vos nací, por vos tengo la vida, 
por vos he de morir, y por vos muero.

Soneto X

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, 
dulces y alegres cuando Dios quería, 
Juntas estáis en la memoria mía, 
y con ella en mi muerte conjuradas! 

¿Quién me dijera, cuando las pasadas 
horas que en tanto bien por vos me vía, 
que me habiáis de ser en algún día 
con tan grave dolor representadas? 

Pues en una hora junto me llevastes 
todo el bien que por términos me distes, 
lleváme junto el mal que me dejastes; 

si no, sospecharé que me pusistes 
en tantos bienes, porque deseastes 
verme morir entre memorias tristes.

Soneto XI
Hermosas ninfas, que, en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;

agora estéis labrando embebecidas
o tejiendo las telas delicadas,
agora unas con otras apartadas
contándoos los amores y las vidas:

dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando,

que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.

Soneto XIII


A Dafne ya los brazos le crecían, 
y en luengos ramos vueltos se mostraba; 
en verdes hojas vi que se tornaban 
los cabellos que el oro escurecían. 

De áspera corteza se cubrían 
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: 
los blancos pies en tierra se hincaban, 
y en torcidas raíces se volvían. 

Aquel que fue la causa de tal daño, 
a fuerza de llorar, crecer hacía 
este árbol que con lágrimas regaba. 

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! 
¡Que con llorarla crezca cada día 
la causa y la razón porque lloraba!
Canciones
Las cinco canciones de Garcilaso también son de inspiración petrarquista. Entre estas sobresale
la canción V, conocida como "Oda a la flor de Gnido". En ella Garcilsao introduce una nueva
estrofa, la lira -cinco versos endecasílabos y heptasílabos con rima aBabB-.

En este enlace podéis ver la canción completa con aclaraciones sobre su contenido que os serán
muy útiles.
Églogas
Égloga: poema dramático que, aunque no contiene una acción ni una caracterización
apreciables, sí incluye un ambiente bucólico, idealizado y convencional al tiempo que
expresa un amor imposible, bien por el fracaso o la muerte. Florece desde el
Renacimiento hasta fines del siglo XVIII. Su origen es grecolatino. En cuanto a la
forma, se compone de una larga serie de versos en la que dialogan dos pastores.
Suelen iniciarse con la salida del sol y terminan con la puesta del astro. Los temas
que aparecen son los sentimientos amorosos y la exaltación de la naturaleza y 
de la vida sencilla. Formarían parte del llamado "género pastoril" junto con las églogas 
teatrales de Juan del Encina y la novela Galatea de Cervantes.

Las tres églogas muestran la influencia de la tradición bucólica y pastoril, siguiendo el modelo 
de La Arcadia de Sannazaro.

Égloga I:
Historia paralela de dos pastores: Salicio, que se lamenta de la infidelidad de Galatea, y
Nemoroso, que expresa su dolor por la muerte de su amada, la ninfa Elisa. Está formada
por treinta estancias (combinación estrófica formada por un grupo de versos endecasílabos
y heptasílabos) que se convierten en unidad estructural para su repetición en el poema
entero.

Enlace de la égloga I:
http://cvc.cervantes.es/actcult/garcilaso/versos/eglogaprimera01.htm

Enlaces para ampliar la información sobre la poesía de Garcilaso, el Príncipe.

http://lclenes.blogspot.com.es/2009/01/algunos-topicos-literarios-en-el.html.
http://es.slideshare.net/manriqueal/tpicos-literarios-del-renacimiento
http://es.slideshare.net/belisagr/lirica-y-prosa-barroca?next_slideshow=1
http://www.jesusfelipe.es/garcilaso.htm#SONETO XXIII

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